Canalizar la aspiración económica china

Canalizar la aspiración económica china

31 mayo 2015, 15:18
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China ha comenzado a calentar su músculo económico y militar en estos últimos años. En el mar del Sur de China, ha construido una serie de bases casi militares en las minúsculas islas Spratly y desplegado buques de guerra para defenderlas. Mientras tanto, patrocina el nuevo banco asiático de inversión en infraestructuras (AIIB, según sus siglas en inglés), una entidad internacional que amenaza con rivalizar con el Banco Mundial en Asia, y ha convencido a países como el Reino Unido, Alemania y Francia de que se unan a ella en la lucha dialéctica frente a Estados Unidos.

Es fácil relacionar el cascabeleo del sable chino con sus iniciativas económicas y diplomáticas, véase el AIIB, y algunos políticos estadounidenses no han dudado en hacerlo. Sin embargo, y aunque el ascenso de China merezca cierta atención, no tiene sentido enfrentarse al país en cada esquina. En ocasiones, es más sensato dejarlo estar.

Aunque las acciones militares y económicas chinas estén vinculadas, esos vínculos ofrecen una apertura para que las últimas mitiguen a las primeras. En efecto, una política estadounidense más suave buscaría enfrentar estos dos aspectos de la política china entre sí.

Por el contrario, Estados Unidos ha intentado obstaculizar el auge económico y diplomático chino. En 2010, mucho antes de la introducción del AIIB, el Fondo Monetario Internacional acordó ceder a China y otros países de crecimiento rápido más responsabilidad financiera y voz en decisiones importantes. El cupo chino del FMI (fijado cuando era una economía mucho más pequeña) solo le daba el 4 por ciento de los votos y de la responsabilidad financiera, pese a que China ha cuadriplicado ahora su importancia para la economía del mundo.

Las reformas propuestas por el FMI, pensadas para reflejar el nuevo peso del gigante y de otros mercados emergentes en la economía global, se estructuraron de forma que concedían a China más influencia pero también la exigían participar con más dinero en proyectos de desarrollo por todo el mundo. Estados Unidos habría seguido teniendo una parte decisiva de los votos.

Aunque las reformas se aprobaron con un apoyo aplastante de los diplomáticos estadounidenses, entre otros, siguen sin ejecutarse porque el Congreso del país todavía no las ha aprobado. Desde entonces, la economía china casi se ha duplicado, por lo que las reformas acordadas ya se han vuelto obsoletas.

Si la finalidad de la intransigencia del poder legislativo es evitar que China gane influencia económica, parece que les ha salido el tiro por la culata. Supuestamente en respuesta a este impasse, China impulsó la creación del AIIB.

El tamaño de la economía china, y su peso diplomático consiguiente, es un hecho que no puede dejarse a un lado. La estrategia de contención le funcionó bien a EEUU y a sus aliados durante la guerra fría pero no puede aplicarse hoy sin flexibilidad y sentido común estratégico.

Los críticos de la política estadounidense señalan que, incluso si EEUU hubiese frustrado el esfuerzo de establecer el AIIB, China seguiría proyectando su poder en Asia y el resto del mundo de una forma u otra. Ellos sostienen que canalizar esa influencia a través de una nueva organización internacional tiene más probabilidades de templar las apropiaciones crudas de poder (además, se esperaba que los aliados europeos de EEUU se incorporaran al AIIB pese a la oposición estadounidense, aunque solo fuera como participantes en contratos de los proyectos del banco. Una gran potencia no se opone a sus aliados cuando está claro que están en condiciones de desafiarla).

La cuestión no es si se puede mantener a China débil y bajo control, sino a través de qué canales va a ejercitar su influencia como nuevo país acaudalado. Los medios económicos (como el AIIB) son una posibilidad; el enfrentamiento militar, otra. Los líderes chinos, desde Deng Xiaoping hasta Hu Jintao, han perseguido un "auge pacífico" pero la actual generación de líderes ya no parece ver necesario permanecer tan tranquilos.

La disposición del Ejército de Liberación Popular de enfrentarse a los barcos de otros países en el mar del Sur de China, incluido un crucero de la armada estadounidense en 2013, sugiere que el enfrentamiento militar no puede descartarse. Aunque China actualmente carece de recursos navales para enfrentarse a EEUU en el Pacífico, es posible que no carezca de ellos para siempre. Mientras tanto, a los aliados de EEUU en la región les faltan los medios militares de posicionarse contra el ejército chino sin la ayuda estadounidense.

Por supuesto, la creación del AIIB y el patrocinio de proyectos de desarrollo en la región mejorarán la influencia económica y política de China, lo que a su vez podría extender su influencia militar. El dinero sigue comprando poder y los nuevos proyectos de infraestructuras podrían venir con compromisos pero a Estados Unidos le valdría mucho más gastar su energía y recursos en contener las aspiraciones militares de China que intentando evitar que se involucre más con el mundo en la esfera económica.

Desde luego, la participación económica no garantiza unas relaciones pacíficas. Si los lazos comerciales y financieros evitaran siempre guerras, el siglo XX habría sido mucho menos sangriento y Rusia se comportaría mucho mejor hoy en día. Lo que sí mejoran son las posibilidades de paz. Mientras China siga canalizando su poder hacia el desarrollo económico orientado a las infraestructuras, oponerse es una estupidez.

Cuanto más se estrechen los lazos económicos de China con el resto del mundo, más tendrá que perder de la ruptura de las relaciones internacionales. Es mejor que el liderazgo chino se convenza de que la participación económica es la manera idónea de proyectar el poder en el extranjero mientras mejora las condiciones de vida en casa y no que sus líderes lleguen a la conclusión (como parecen haber hecho los rusos) de que el enfrentamiento militar es el mejor camino hacia el respeto internacional.

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