La crisis de la economía brasileña

La crisis de la economía brasileña

14 septiembre 2015, 00:16
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La economía brasileña atraviesa una crisis sin precedentes en su historia reciente. La originalidad está dada no por la magnitud de la recesión o de la inflación, sino porque la situación no se presenta en un fondo de causas agudas, como una crisis internacional o un hecho interno excepcional. Es el resultado de una acumulación de malas políticas nacionales que minaron la confianza sobre el gobierno.

Ahora el país se ve frente a un impasse fiscal y observamos cómo los indicadores de producción y empleo se desmoronan. La baja popularidad y credibilidad del gobierno, a pesar de ser recién reelegido, dejan al país sin el liderazgo necesario para superar este difícil momento.

Recordemos algunos episodios de los últimos 35 años. A principios de 1980, la caída acumulada del PIB de 1981 a 1983 fue del 6% y la inflación (medida por el deflactor del PIB) estaba en 100% por año, en la estela del segundo derrumbamiento petrolero y la crisis de la deuda de los países latinoamericanos, que fue provocada por la fuerte subida en las tasas de interés en Estados Unidos. En 1990, el PIB cayó 4,3%, esta vez debido a la confiscación por el gobierno brasileño de casi todos los ahorros financieros en el país, en un intento desesperado por contener la inflación que había llegado a 1.300% el año anterior y alcanzaría 2.600% ese año. La crisis asiática de 1997 y la crisis rusa de 1998 golpearon a la economía brasileña en su totalidad, y llevaron a casi cero el crecimiento de PIB en 1998 y forzaron el abandono de la política de tipo de cambio semifijo que provocó la fuerte devaluación del real brasileño en 1999. A principios del 2000, hubo una crisis en Argentina, la victoria del partido de los trabajadores (PT) por primera vez en las elecciones presidenciales de 2002 que provocó temores acerca de la dirección de la política económica, la fuerte devaluación del real que ha originado la pérdida del poder adquisitivo de los sueldos y el ajuste fiscal y monetario. En 2003, el PIB aumentó sólo 1,2% y la inflación alcanzó el 14% (un valor alto para los patrones de estabilidad obtenidos con el "plan real" en 1994).

Después de este largo periodo marcado por sucesivas crisis, en las cuales el ingrediente principal era una crisis externa o un factor interno agudo, la bonanza externa y el crecimiento de China ayudaron a Brasil a tener varios años de crecimiento, desde 2004 a 2011 el PIB creció en promedio en un 4,4% anual. Pero ese premio de lotería no fue bien aprovechado. En lugar de mejorar la educación, salud y seguridad pública, infraestructura económica y hacer un ajuste fiscal a largo plazo, el país gastó todo en consumo, aprovechando el presente pero descuidando el futuro.

Todo iba bien mientras que el gobierno de Lula mantuvo la base macroeconómica heredada de Fernando Henrique Cardoso (metas de inflación, cambio fluctuante y la disciplina fiscal, continuada con las reformas económicas y los vientos de la economía internacional que eran favorables). Pero las circunstancias han cambiado y la reacción del gobierno siempre ha sido la de empeorar la calidad de la política económica. Fue ahí que comenzó la historia de la crisis actual auto infringida. Después del escándalo del Mensalão, como era conocido el esquema de compra de votos en el congreso que llevó a importantes dirigentes del PT a la cárcel, el gobierno abandonó las reformas económicas. La crisis comenzada con las hipotecas en los Estados Unidos fue el pretexto del gobierno para abandonar la base macroeconómica, que sostenía sin convicción, y adoptaba una nueva política bautizada Nova Matriz Econômica, un nombre de fantasía para lo que significaba, en definitiva, mayor intervención del gobierno en la economía, en un intento de imitar lo que sería un «modelo asiático». Para empeorar la cosa, el gobierno aflojó las riendas de la política fiscal para relegir a Rousseff en 2014.

La economía ya había entrado en recesión en el 2014, pero sin fuerza en el mercado laboral, sin embargo, esto parece haber sido suficiente para, junto con los programas de transferencias de ingresos compensatorios, permitirle a Rousseff una victoria apretada. Sin embargo en 2015, con la presidente relegida, la crisis empeoraba, el desempleo había aumentado, el error de las políticas fue evidente y la gente y la prensa hallaron que las promesas de campaña eran inviables. La opinión pública se opuso rápidamente y abrumadoramente contra la presidente, su partido y su mentor, Lula. Se desplomó la confianza empresarial y del consumidor.

Los indicadores de nivel de actividad, incluido el empleo, han venido cada vez empeorando más. Se prevé que el PIB caiga cerca de 2,5% en 2015 y 0.5% en 2016. La recesión será profunda y prolongada, para cobrar una pesada carga sobre el empleo y poder adquisitivo (sí, a pesar de la recesión, la inflación al consumidor acumulada en 2015 y 2016 debe exceder 15%).

La reciente pérdida del grado de inversión por país, que ya fue anticipado por la mayoría de los analistas, vino solamente "a coronar" este proceso.